Poesía

La poesía de Quilo Martínez transita por muchos temas, como son el amor, el exilio, la nostalgia o la realidad de los pueblos de América Latina.

Pero a pesar de esta variedad temática, podríamos decir que en toda su obra subyace una íntima relación con el paisaje, con la tierra, con el origen y las raíces.

Y el poeta enfrenta el paisaje real con el del recuerdo. Y con aquel país mejor para todos, tanto tiempo imaginado, que se empezó a esbozar con el triunfo de la Unidad Popular de Salvador Allende y que la brutalidad y el egoísmo capitalista no dejaron que pudiera llegar a ser.

El duro y doloroso trance que significó el golpe militar y el obligado exilio incrementarán aún más esa conexión.

Y en ese paisaje y sus gentes se despliega también el compromiso social del autor.

Todo ello podemos apreciarlo en el siguiente texto, donde el poeta evoca los paisajes y detalles de su infancia en Chile como punto de partida de una gran parte de su mundo poético. Se trata de un escrito de la primavera de 2003 para una de las publicaciones literarias de Papers de Versàlia, grupo de poetas del que Quilo Martínez es uno de los miembros fundadores.

El punto de partida...
Cunaco, Lolol, Nancagua... más que el nombre de pueblos de la zona central de Chile, son un mundo mágico similar al de Macondo. Allí todo era posible hace cincuenta años.

Estaba Don Florín, el abuelo, cuya historia tiene muchos puntos de encuentro con la del Coronel Buendía, y estaba el tío Marcos –que también se llamaba Florín de segundo nombre– y que murió de amor una tarde de otoño. La abuela Zunilda, generosa como siempre, compartía el mate con las mujeres del servicio. El Perejo, así le llamabamos, no tenía nombre, o nunca lo supimos, tal vez no nos importaba, era el peón fiel que cobraba en vasos de vino y chicha su jornal.

Entre viñedos y maizales, entre sauces y cerezos, desde la cómoda sombra de los largos corredores de la casa paterna –donde se habla de pintura y poesía–, tan solo contemplar este mágico mundo te transforma en poeta.

El color de los campos, los océanos verdes de trigo sin madurar, amarillo el rastrojo bebiéndose el sol cada mañana, el río refrescando la tarde con azuladas aguas en las que el cielo se mira, el aroma a chicha dulce fermentando en los barriles, la ronca voz del cantor que desgarra una tonada..., todo te llena el alma.

Allí está el paisaje, la montaña, los pájaros, la lluvia, el sol... pero también el hombre, el obrero del campo que vive, que espera, que sueña, que trabaja y que sufre...

Allí, mirando el mundo nace el primer poema, y desde entonces: tierra y hombre como una sola cosa, un solo compromiso mantienen vivo el deseo de escribir.

Más tarde vendrá la inquietud social, la lucha colectiva, el triunfo popular, la caída, la derrota, el exilio, la distancia... y el poema se irá haciendo más triste y luchará hasta hoy por sobrevivir navegando allí donde se enfrentan las agitadas aguas del futuro y la nostalgia.

Quilo Martínez

primavera 2003